Vivimos en una era en la que la inmediatez nos domina, queremos todo de manera inmediata, apenas sin esfuerzo y estamos rodeados de deseos vacíos y egoístas. He visto como muchas personas están atrapadas en una realidad ficticia, hasta yo misma me he sentido así y en multitud de ocasiones es por la poca importancia que le damos a nuestras decisiones cotidianas, las del día a día.
Aprendí por las malas que es fundamental aprender a retrasar la gratificación instantánea y comprender que las decisiones incómodas de hoy dan forma a nuestro mañana. Al reflexionar sobre mis elecciones pasadas y hablar con muchas personas en mi trabajo, me doy cuenta de que a menudo se quejan de su insatisfacción presente sin tomar decisiones que puedan mejorar su futuro. Con demasiada frecuencia escucho respuestas como “no tengo tiempo” o “no estoy dispuesto a aprender” y temo que su situación nunca cambie si no toman medidas concretas.